Primera parte: Zunilda Iguarán
Collage creado con la ilustración de Elix Rodríguez
En el año 1991, la Asamblea Constituyente de Colombia recogió los postulados de los Wayuu y otros 84 pueblos originarios del suelo neogranadino, quienes exigían ser reconocidos como ciudadanos con derechos y dejar de ser marginados por las políticas públicas y el sistema educativo nacional. Desde ese año, Colombia se establece como un estado pluriétnico y multicultural que reconoce a los pueblos indígenas que habitan en su territorio, quienes salvaguardan las historias, costumbres y tradiciones de quienes ocuparon esas tierras antes de la colonización española.
La Constitución Política de Colombia fue traducida a siete lenguas de las más de 70 que actualmente se hablan en el país. Según la Organización Nacional Indígena Colombiana, en el país existen 65 lenguas nativas indígenas, adoptadas por cerca de 400 mil habitantes de los pueblos indígenas, ubicados en 30 de los 32 departamentos del país.
Ese mismo año nació Zunilda Iguarán, una mujer Wayuu, habitante de la comunidad Palenstu, ubicada en el kilómetro 55 vía Riohacha- Maicao, en el departamento de La Guajira. Zunilda nació en un hospital, aunque aún es habitual que las mujeres decidan parir en casa con la ayuda de parteras de su ranchería. Vivió los primeros años de su infancia en la comunidad a la que pertenecía su madre, ya que para los Wayuu el clan materno tiene la responsabilidad de las acciones de su progenie y todos los que hacen parte del clan hacen parte de su familia; los Wayuu tienen familias numerosas compuestas por primos y tíos en varios grados de consanguinidad.
“La casa de mis tías y de mis abuelos quedaban relativamente cerca a la mía. Para conseguir agua debíamos ir hasta un pozo y sacarla con un molino manual, de ahí salía agua salubre, no dulce. En la comunidad no hay servicios de luz ni electricidad. Para ir al mercado había que viajar y se hacía una sola vez a la semana, no se comía verdura, la alimentación se basaba en tres ingredientes: el agua, el trigo y el cebo de las cabras. Organizaciones internacionales llegaron en pandemia para capacitarnos, nos enseñaron a cultivar el maíz para la mazamorra y la chicha, y el frijol guajiro, también a criar gallinas, chivos y cerdos, nos han enseñado a cultivar nuestra propia comida, por eso ahora comemos más saludable. En este momento la comunidad tiene su propio molino que sube el agua con la fuerza de la brisa, aunque aún no tenemos acceso al agua dulce. Hay un proyecto de la alcaldía de poner luz en las ciudades que aún no tienen, siempre y cuando la comunidad quiera recibirla. Por ahora no hay luz, solamente la luz de la luna, la luz natural” (Zunilda).
Los Wayuu habitan La Guajira, una península árida ubicada en el extremo norte de Colombia, que limita con Venezuela y el Mar Caribe. El clima es cálido, seco e inhóspito, y está atravesada por los ríos Ranchería y El Limón. Estas condiciones geográficas les sirvieron como refugio para postergar la conquista de sus territorios y mantener una amplia autonomía extralegal, reconocida recientemente por los dos países, que se caracteriza por el uso del derecho propio en el espacio que habitan.
La etnia se ha dedicado especialmente al pastoreo de cabras o chivos, práctica entre lo económico y lo espiritual que se utilizaba como intercambio no comercial para sellar alianzas matrimoniales, ejercer derecho sobre descendencias o compensación de delitos. Otras actividades económicas que tienen lugar en el territorio son la pesca, la cerámica, el trabajo asalariado en haciendas, en minas de carbón de El Cerrejón, la explotación de sal marina en Manaure y la comercialización de combustibles y derivados del petróleo en la frontera con Venezuela.
La comunidad Wayuu presenta una situación compleja de salud pública, su ubicación aislada de las ciudades capitales, la falta de fuentes de agua limpia y la pobreza existente son causantes de deficiencias nutricionales, problemas respiratorias y gastrointestinales, que dan como resultado altos índices de mortalidad que afectan sobre todo a la comunidad infantil. Zunilda estudió la primaria en la escuela de Palenstu y para el bachillerato tuvo que ir a vivir a la comunidad de su papá en Siapana, perteneciente al municipio de Uribia en la Alta Guajira.
“Todas las clases eran en español y solo veía una en lengua Wayuu, sobre todo para que más entendiéramos las formas de escritura gramatical. A los más pequeños se les permite preguntar en Wayunaiki lo que no entienden y los maestros le responden en español para que asocien el aprendizaje en el idioma. Las materias son iguales a las que se ven en un colegio tradicional: español, sociales, biología, matemáticas, la diferencia es que las clases son dadas por personas que no son profesionales, usualmente son normalistas que estudian en Uribia y se gradúan del internado para después dar clases. En mi época, por ejemplo, no tuvimos profesor de matemática por mucho tiempo, había un señor que sabía de electricidad en el pueblo y nos daba clases de física y química, tampoco teníamos computador porque no había luz. Ahora hay planta (eléctrica) y también panel solar, y el ministerio les dio computadores” (Zunilda).
Una Wayuu casada con un arijuna (persona que no es Wayuu), que gestionaba proyectos para la comunidad, llegó al internado donde estudiaba Zunilda y le ofreció a ella y a dos más de los mejores estudiantes del último grado de bachillerato un cupo para continuar sus estudios universitarios en cualquier ciudad del país. Después de reunirse con la Junta Mayor de Palabreros para pedir el permiso de salida de la comunidad, eligieron Bucaramanga como ciudad destino, así el grupo de jóvenes Wayuu pudo seleccionar la carrera que quería estudiar. Entonces llegaron a las universidades de la capital del departamento de Santander, a pocas horas del centro del país. La universidad les iba a ser subsidiada en su totalidad y, además, les facilitarían vivienda y alimentación para que pudieran dedicarse por completo a las responsabilidades académicas. El único compromiso fue que al graduarse volvieran a su comunidad a compartir los aprendizajes adquiridos.
“Las mujeres no debían estudiar, se tenían que encargar de la casa. Cuando llegaba la primera regla, en el tiempo del encierro, la abuela nos enseñaba cómo debíamos llevar la familia, cómo teníamos que cocinar, cómo se tiene que atender el hogar, pero eso ha cambiado mucho, ya en este tiempo hay muchas mujeres Wayuu emprendedoras, líderes, miembro de organizaciones donde muestran lo que saben hacer, entrar a la universidad es un gran avance.
Cuando yo entré a la universidad no sabía ni siquiera usar Word, yo aprendí ahí informática porque pedí asesoría, en primer semestre tenía una materia que se llamaba así y tuve que recibir clases en extra-tiempo. Los profesores de mi colegio se quejaban por lo complicado que era llegar a la comunidad, no se acomodaban a vivir en el lugar, y entonces perdíamos muchas clases. La otra clase que se me dificultó en la universidad fue redacción, porque yo podía tener la idea, pero para plasmarla se me dificultaba, también en publicidad porque para hacer los diseños en el computador me limitaba mucho. Mis compañeros de clase fueron los que me crearon el correo electrónico y las cuentas de redes sociales. Tuve que pedir ayuda y la universidad me asignó tutores para las materias que más necesitaba” (Zunilda).
Los Wayuu mantienen su lengua viva a través de la oralidad. La palabra tiene fuerza y pervive a través de ceremonias rituales como las tardes de ranchería, que es un momento de encuentro donde los mayores y mayoras cuentan historias de su vida y la de sus ancestros, poniendo en valor el trabajo de la tierra, enfatizando la espiritualidad indígena y la recuperación histórica de sus luchas, de esta forma se cercioran de que la cultura se mantenga viva con el paso del tiempo y el cambio de las generaciones.
“Ahora trabajo con IRACA, un programa de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), fortaleciendo los saberes ancestrales de la comunidad; el tejido de las mochilas, la pesca artesanal, el pastoreo de bovinos y caprinos, lo más importante es mantener nuestras tradiciones y seguir mejorando la calidad de vida de todos los Wayuu, aprovechando todos los conocimientos y saberes que podamos adquirir” (Zunilda).
Segunda parte: Juan Manuel Gómez Cotes
Fotografía de tejidos wayuú. Tomada de Valija Shop
El primer contacto entre españoles e indígenas en América se remonta al año 1492, cuando los primeros desembarcaron en las islas del Caribe encontrándose con los indígenas Taínos. Los cronistas recién llegados se dedicaron a registrar las costumbres de los pueblos originarios de la tierra recién descubierta, a la que llamaron Las Indias, para informar a la corte sobre las novedades de su expedición. Probablemente este sea el origen de la corriente indigenista literaria.
Los pueblos indígenas no habían desarrollado la escritura, sin embargo, tenían una fuerte tradición oral, donde se daba cuenta de su cosmogonía a través de historias y mitos fundacionales de la creación del mundo, del día, la noche, el agua, el barro, los animales y el hombre. Estas historias hacen parte de las Crónicas de Indias, un compendio de textos donde la fantasía y la realidad se entremezclan para explicar las travesías de los expedicionistas españoles en tierras americanas.
A medida que se da la expansión de la cultura hispana en México, Perú, Colombia y Argentina, empiezan a destacar escritores como Garcilaso de La Vega, uno de los primeros indigenistas que dedicó parte de su literatura a retratar la historiografía del Imperio Incaico. Cabe destacar que el indigenismo es un movimiento que atraviesa diferentes disciplinas como el arte y la política, esta última reconoce la lucha de los pueblos originarios en busca de ser legitimados por los estados nacionales.
A finales del siglo XX el Estado colombiano empieza a diseñar una narrativa nacional que buscaba, entre otras cosas, homogeneizar a las poblaciones indígenas; crear una sola identidad de república donde existiera también una sola religión. Muestra de esto fueron las misiones religiosas que tomaron el control de colegios e internados de los territorios indígenas, en busca de evangelizar y enseñar a los pueblos dentro de la doctrina cristiana y, sobre todo, bajo los lineamientos de un sistema educativo general. A raíz de esta situación se gesta un movimiento social indígena que lucha por recuperar el control de sus resguardos, por el derecho a tener una educación basada en sus costumbres e impartida en su lengua nativa; todos ellos derechos legitimados a través de la Constitución Nacional de 1991.
Cabe resaltar que regía hasta entonces, la Ley 89 de 1890, que en su encabezado rezaba: “LEY 89 DE 1890 (25 de Noviembre) Por la cual se determina la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada”. Por cien años los indígenas del país fueron tratados como menores de edad, fue a raíz de las luchas que dieron por la conquista de sus derechos que ganaron un espacio digno dentro del ámbito nacional. En el caso de La Guajira, la Wayuu fue constituida como la lengua oficial del departamento.
Juan Manuel Gómez Cotes es un escritor indígena Wayuu de la Comunidad Ishamana, salió de su territorio a estudiar una licenciatura en Educación Básica en la Universidad del Atlántico. Para su trabajo final de grado documentó las manifestaciones de la cultura indígena de este departamento antes de la llegada e invasión de los españoles a su territorio.
“En la época en la que yo era estudiante universitario quería hacer un trabajo sobre mi cultura, pero en vista de la dificultad que había de trasladarse del Atlántico a La Guajira, vi que era más fácil trabajar sobre los indígenas del Atlántico, investigué aspectos de la cultura Mokaná, un grupo Arawak que no conserva su lengua nativa ya que se extinguió hace más de 200 años por ser uno de los primeros grupos que entró en contacto con los españoles. Hoy en día viven prácticamente como campesinos, pero aprovechando el reconocimiento del 91 (la constitución), están en proceso de reivindicación de su cultura, la reindigenización de los valores culturales que ellos tenían, el producto fue una cartilla sobre la enseñanza de la historia de los Mokaná” (Juan Manuel).
Recordemos que las narraciones indígenas fueron invisibilizadas durante mucho tiempo, cuando no se valoraba la cultura de los pueblos indígenas en Colombia, durante el tiempo en el que se produce la conquista, después la colonia y luego la independencia, cuando se trató de integrar a los pueblos la idea de nación colombiana y empiezan a emerger figuras que destacaron por mostrar el pensamiento indígena como Manuel Quintín Lame, indígena Naso del Cauca quien es recordado por reconocer sus pensamientos a través de la literatura. Recordemos que él fue un líder indígena que luchó por los intereses de su pueblo, porque se le reconocieran como pueblo y tuvieran derecho a su territorio. Ya después de la constitución de 1991, cuando se reconoce a los indios como parte de esta nación, se empiezan a valorar los trabajos de estos autores, y de hecho aparece la primera Wayuu a la que le publicaron su trabajo, desde ese momento ya se han publicado varios trabajos, se han dado a conocer distintos indígenas que dan a conocer la cultura de sus pueblos” (Juan Manuel).
Uno de esos textos neo-indigenistas es Gente que camina de Mariela Zuluaga, quien cuenta la historia del último Nukak, habitante de un pueblo nómada colombiano que se resiste a dejar la selva amazónica de San José del Guaviare. Los Nukak fueron contactados en los años 80 por grupos armados, narcotraficantes y guerrilleros, que se apropiaron del territorio para establecer sus campamentos, a causa de ese contacto los nativos contraen enfermedades y comienzan a extinguirse.
Algunas escritoras indígenas también han hecho críticas en sus textos sobre las violencias ejercidas a las mujeres de sus comunidades. Este es el caso de Estercilia Simanca Pushaina, quien en entrevista para la emisora HJCK denuncia a través de su cuento “El encierro de una pequeña doncella” el ritual de las niñas Wayuu cuando tienen su primera menstruación: "Se les corta el cabello, son sometidas a dietas rigurosas, aprenden tejeduría, conocen el rol de mujer que tendrán en la comunidad y a como ser madres", asegura Simanca Pushaina.
La literatura indígena que busca preservar la idiosincrasia de sus comunidades, también se usa para resaltar los valores deseados y corregir de alguna manera las falencias de los miembros de su comunidad. Este es el caso del cuento Kokochon, de Juan Manuel Gómez. Kokochon es un niño que va a la escuela a aprender sobre la cultura Wayuu, al mismo tiempo su familia atraviesa un problema en donde debe atenerse a las leyes de la comunidad; cuando alguien es hallado culpable de un robo debe pagar cuatro o cinco veces lo que se roba, ya que al no existir las cárceles cualquier daño causado debe ser compensado. Este fue el primer cuento escrito por el autor, con el que fue ganador del concurso de cuento La escuela tiene la palabra, realizado por el Programa Nacional de Educación para la Paz, Educapaz.
“Muchas veces los escritores deben participar en convocatorias para que sus escritos se den a conocer, este es mi caso, por ejemplo, este año lo hice a través del Fondo Mixto para la promoción de las Artes y las Culturas de La Guajira, porque difícilmente se puede publicar, ninguna editorial publica sin tener en cuenta quién es el autor, solamente lo hacen a través de concursos o convocatorias y ya muchos hemos sido beneficiados para hacerlo” (Juan Manuel).
La literatura indígena no es considerada como contenido válido dentro del sistema educativo colombiano. En los colegios y universidades se trabaja con la literatura universal teniendo en cuenta grandes referentes como García Márquez, Miguel de Cervantes o William Shakespeare, sin embargo, son pocos los maestros que incluyen dentro de sus lecturas de clase a escritores indígenas, y mucho menos la cantidad de los que están preparados para incluir en sus clases a estudiantes que tengan lenguas nativas como idioma base. Muy probablemente las materias que Zunilda y Juan Manuel encontraron en la academia daban prioridad a textos creados por investigadores y académicos provenientes de una Europa moderna y contemporánea, alejada en lengua y significado de nuestros indígenas colombianos.
“En los colegios donde hay población indígena, como la institución etnoeducativa Wayuu, donde yo trabajo, más del 90% son estudiantes indígenas así que yo trabajo con obras de nuestra cultura. Tengo en cuenta textos académicos de escritores Wayuu. Pero no es algo que vaya más allá de la frontera del departamento de La Guajira, solamente porque son autores locales y son reconocidos aquí” (Juan Manuel).
En el 2022 se publicó el Informe Final de la Comisión de la Verdad, producto del acuerdo de paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, allí se narran los hechos de más de 50 años de violencia en el país y se reconoce que los pueblos indígenas fueron víctima de las guerrillas, de los paramilitares y de las fuerzas del Estado por causa del desplazamiento, las desapariciones y el reclutamiento forzado. Muchos niños y jóvenes fueron obligados a hacer parte de las filas de los grupos armados, dando como resultado 35 pueblos indígenas en riesgo de desaparecer. La violencia atacó frontalmente la cosmovisión de los pueblos indígenas a través del asesinato de líderes espirituales, los daños ejercidos contra el territorio y las costumbres de los pueblos. En el informe hay un capítulo completo dedicado a los pueblos indígenas y a las afectaciones que ellos tuvieron, en busca de hacer memoria y no olvidar lo acontecido.
“En estos próximos años esperamos se pueda fortalecer un sistema de educación indígena propio, un sistema de salud. Esperamos que se pueda dar funcionamiento a las entidades sociales indígenas porque así está instaurado en la ley, solo que el gobierno no lo ha puesto en práctica” (Juan Manuel).
Consideración final de la autora
No podemos hablar de una literatura indígena sin hablar de la realidad social que presentan los pueblos originarios desde cada contexto específico. Las oportunidades de educación y del desarrollo de creaciones artísticas están permeadas por problemáticas sociales que van desde el ingreso al territorio y el abastecimiento de alimentos, hasta el acceso a fuentes de agua y servicios públicos básicos para la pervivencia de cualquier individuo dentro de una comunidad.
La literatura indígena reclama una expansión del campo literario para que se puedan incluir en ella narraciones, cantos, relatos, círculos de palabra, tardes de ranchería, palabras de los mayores y mayoras, charlas en torno al fogón que sin duda darán vida a creaciones literarias singulares que respeten las literaturas tradicionales y convencionales de la tradición occidental.
La sobrevivencia de estas manifestaciones artísticas y culturales son un reconocimiento a la pluralidad, a la diversidad de nuestras prácticas colectivas que resisten a la desaparición, al silenciamiento y al desuso, una manifestación social que carga de significado a la literatura indígena en su dimensión más política.
Hoy, martes 12 de noviembre de 2024, el departamento de La Guajira se ha declarado en situación de emergencia. Más de 192,000 personas, que de por sí ya viven en situaciones complejas, padecen las inclemencias de inundaciones por lluvias que no paran desde hace varios días. Colombia se declara en situación de desastre nacional debido a la temporada de lluvias y al desabastecimiento de agua. Los escritores indígenas tal vez tengan tiempo en unos meses para contar los desastres que esta temporada dejó en su territorio, por ahora ayudan a evacuar y convencen a sus taitas de dejar el resguardo para seguir contando historias a las nuevas generaciones.
Recomendación literaria: "Biblioteca Básica de los pueblos indígenas de Colombia" del
Banco de la República: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll8
Referencia bibliográfica
Comments